Cuando ingresas en la cárcel lo pierdes todo, hasta tu nombre.
Pasas a ser un simple número. Mi hermano era el preso 343, pasillo tercero,
celda 27.
Estaba encerrado en la nueva San Quintín y allí permanecería los próximos
tres años de su vida.
En su billete a la penitenciaria ponía “ TRAFICO DE DROGAS ”.
Jack dice que desde cualquier parte de la cárcel se puede ver la estatua de LA
LIBERTAD y también dice que por eso la construyeron allí.
Quieren recordarles a los presos que la libertad esta al otro lado de esos
muros. Puedes sentirla, verla, pero no puedes tocarla ni conseguirla.
Desde los barrotes de la celda casi puedes acariciarla, aunque lo único que
puedes es contemplarla mientras los minutos............... las horas.............
los días............... pasan lentamente y tu vida se escapa poco a poco.
Ayer fui a ver a mi hermano. Le dije que el primo Johnny había muerto y que
todos estaban tristes.
La muerte del primo Johnny pillo a todos de imprevisto menos a mi. Yo lo veía
venir. Simplemente era cuestión de tiempo.
Johnny era joven sin embargo su rostro era tan viejo como la muerte. Parecía
que arrastrase los problemas de toda la humanidad y no se pudiese deshacer
de ellos. Podías leer la palabra AMARGURA escrita en su frente y podías sentir
el ruido de sus grilletes cada vez que daba un paso. Era un reo recorriendo el
largo pasillo que le separaba de su terrible destino.
Cada vez que lo pienso creo que realmente quien vivía encerrado entre
barrotes pendiente de ese fatídico día que todo el mundo trata de esquivar a
toda costa era Johnny y no Jack.
Jack siempre había sido un espíritu libre. Una persona independiente con un
halo salvaje, cuyo único error había sido escoger el camino equivocado o las
compañías inadecuadas, pero en todo caso Jack siempre había sido
consecuente con sus actos y había terminado por acatar su castigo sin
lamentaciones.
Jack sabía a lo que se exponía cuando traficaba semana tras semana a plena
luz de día en una ciudad que siempre miraba de frente.
Nueva York no hace la vista gorda y Jack asumió más riesgos de los necesarios
con pocos ases en la manga.
Así que venirse abajo en tales circunstancias no le iba a sacar de un embrollo
mayúsculo en el que se había metido el solito.
Jack reconoce que uno siempre tiene la ultima palabra y que echar la culpa a
los demás de nuestras desgracias es lo mismo que reconocer íntimamente
nuestros errores.
Johnny sin embargo no supo ver que había vida más allá de la adversidad y
que todo podía cambiar a mejor con un ligero viento de poniente.
El mismo había decidido cavar su propia tumba y enterrarse en vida, y
supongo que ante esto no se puede hacer nada. Al fin y al cabo como decía el
personaje de Tim Robbins en la película Cadena Perpetua todo se resume de
dos maneras muy sencillas : empeñarse en vivir o empeñarse en morir, y
Johnny ya había tomado su decisión.
Mi primo estaba contra las cuerdas y el tercer round todavía no había
empezado.
Johnny se estaba enfrentando al más grande de todos los tiempos. El puto
Mohammed Ali elevado a la enésima potencia. Ese señor de las marionetas
que no deja de mover hilos y torturar cabezas. Un estilista que boxeaba a la
velocidad del sonido. Una pesadilla que golpeaba sin descanso el maltrecho
cerebro de Johnny.
Un combate que mi primo jamás ganaría.
Una pelea que no llegaría a los puntos. La crónica de una muerte anunciada.
Johnny nunca derrotaría a su alargada sombra.
Todos estaban expectantes y albergaban una mínima esperanza de que Johnny
pudiese ganar esta batalla desproporcionada a los puntos en el ultimo
instante, pero el desenlace de este combate estaba escrito desde hace tiempo
con tinta roja. Nadie iba a poder detener el crono ni tirar la toalla. Johnny
estaba solo frente a sus demonios y ni su juego de piernas ni su pegada
estaba a la altura de su contrincante.
Al final del quinto asalto, una explosiva combinación mandaba a mi primo a la
lona. El protector bucal saltaba por los aires y Johnny se desplomaba como un
pelele.
1,2,3,4,5,6,7,8,9,10.
La tía Suzanne se pasa los días llorando y el tío Frank no sabe que hacer.
Había perdido a su único hijo y estaba a un paso de perder a su mujer, aunque
estaba mas cerca de perder la cabeza.
Todo había ocurrido de manera repentina e inesperada, aunque yo creo que
por mucho que nos empeñemos en tratar de negar lo evidente nadie podría
decir que esto no se veía venir.
Hacia tiempo que Johnny no levantaba la cabeza mas de dos palmos del suelo
y cada nuevo revés en su vida era como una losa de granito lanzada desde el
mismísimo Empire State.
Primero perdió el trabajo. La fabrica de repuestos neumáticos no pudo
superar la crisis económica en la que se había sumido el país desde hace años
tras la guerra del Golfo. Mas tarde seria Julie su mujer quien se acabaría
marchando, llevándose a su pequeña Dorothy de cinco años, y dejando tan
solo una carta de despedida con apenas cinco líneas.
Cinco miserables líneas en las que ni siquiera había cabida para un lo siento o
un te quiero.
Johnny se preguntaba a si mismo sin encontrar la respuesta, que había hecho
para merecer esto, en que se había equivocado, pero principalmente lo que
era incapaz de asumir era que le arrebatasen su más precioso tesoro :
Dorothy.
Una niña alegre y bondadosa que tenía el don de arrancar la sonrisa más
amable de un padre en los peores momentos, precisamente aquellos por los
que estaba pasando el pobre Johnny.
Mi primo había visto como en apenas un par de semanas todo su mundo se
venia abajo y su refugio fue el peor de los enemigos : la bebida.
A Jack tampoco le sorprendió la muerte de Johnny, de hecho daba la
impresión de que nada le pudiera sorprender.
Supongo que desde la cárcel todo se ve de otra manera y el mundo se
interpreta tal y como es en realidad : CRUDO Y DESPIADADO
Creo que si le dijese que un ejercito de marcianos acababa de invadir el
planeta y había raptado a todas las mujeres del mundo, Jack ni se inmutaría.
Simplemente diría: “ No me cuentas nada que no sepa ”, pero a pesar de su
vision de futuro la noticia de nuestro primo habia hecho mella en el rostro de
Jack.
Parecía triste y consumido, como el cigarrillo que sostenía entre sus dedos.
Fumaba con estilo. Jack siempre había tenido estilo.
Y eso no se lo podía arrebatar una cárcel. Hacia falta mas que eso para
tumbar al gran Jack. Un Jack que se aferraría con uñas y dientes a la más
remota de las posibilidades con tal de salir adelante. Un jack que sabia que
nada podría ir ya a peor. Una mente positiva y fuerte que estaba empeñada
en vivir y cambiar su destino a fuerza de voluntad y tesón.
Ese era mi hermano Jack.
Luego hablamos de baloncesto. Le dije que los Knicks habían arrasado a los
Lakers en el Madison.
Mi hermano sonrió como si hubiese visto el partido en el bar de Charly. Ese
bar donde nos reuníamos siempre los amigos a tomar unas cervezas mientras
disfrutábamos con nuestros ídolos en una pantalla de 50 pulgadas.
Le conté como Sprewell anotó 45 puntos y Spike Lee no paraba de dar saltos
en primera fila a pie de cancha.
El Madison parecía enloquecer con cada nueva canasta de los suyos y yo no
podía dejar de pensar en cuanto me hubiese gustado tener a mi hermano a mi
lado en ese momento.
El marcador reflejaba un contundente 115-80 y Shak y Kobe no daban crédito
a lo que veían. Los Knicks habían firmado el mejor partido de la temporada y
mi hermano se lo había perdido a pesar de que su mirada dijese lo contrario.
Cuando me gire un guarda esperaba a Jack. La hora había pasado y tenía que
irme, pero antes de marcharme mi hermano me dijo: “ Recuerda, los tipos
duros no bailan ”.
Le encantaba Mailer. Cuando yo era pequeño no se cansaba de repetirme esta
frase.
Entonces pensé que San Quintín podía destruir a muchos pero jamás
conseguiría que Jack bailase.
Mi hermano era un tipo duro empeñado en vivir.